lunes, 29 de agosto de 2016

Aquel verano vivido


Ya lo decía una rotunda canción de Robert Smith (The Cure), The last days of summer, (los últimos días de verano) suponen reflexión, melancolía y añoranza de los buenos momentos veraniegos vividos.
Ha sido éste un verano de vértigo, lleno de sentimientos opuestos. Los más tristes motivados por una pérdida y los más felices por la consecución de un sueño.
Días calurosos que se han nutrido de visitas propias, familiares, también de otras efímeras que apenas quedarán como recuerdo lejano, y hemos alimentado a la par, a otros hogares y amigos con las nuestras.
Sorpresas de ambos signos. Situaciones vividas que, por inesperadas, eran casi inverosímiles y que, a pesar de todo, se han producido. Lo han significado tanto que nos han hecho reflexionar sobre lo corta que es la vida, lo importante que se hace intensificar el presente de nuestra existencia y relativizar el futuro, sobre todo el lejano.
Esa melancolía que ahora nos acecha porque los días se acortan y la temperatura comienza a subir, las piscinas se van tornando menos transparentes y las playas se vacían de personas y sobre todo de sentimientos, no puede vencer, sin embargo los mágicos recuerdos de la cotidianidad vivida en este verano. De las pequeñas e irrelevantes diatribas que nuestros pequeños nos han hecho padecer y disfrutar. También nuestros mayores. Y el placer mutuo que han experimentado las dos generaciones alternas. De ese placer inconmensurable que es disponer de tiempo. Tiempo para hacer… sí, tiempo para disfrutar del tiempo.
Y cuando llega Septiembre, azaroso, recto y castaño, comienzan un montón de proyectos vitales, se renuevan las ilusiones por el nuevo curso, se olvida, casi de repente, el fantástico verano vivido y se piensa ya en las próximas reuniones familiares para las que todavía faltan meses.

Sí, Septiembre es el mes en el que nos acordamos de aquel verano vivido. Parece que fue aquel y sin embargo apenas termina de acabar. Y es por ese comienzo de su final por el que conseguimos finalmente sobreponernos a la melancolía y disfrutar de las tonalidades otoñales tostadas, los amaneceres sanguinos y las noches sin grillos.

viernes, 19 de agosto de 2016

Vivir una casa

Qué curioso que la ausencia de tan pequeña preposición (en) aporte tanto significado a una frase por otro lado insulsa. Al quitarla, aparece toda una filosofía, una forma de entender la cotidianidad y de plantear tu propia vida.
Eso que se suele decir de forma habitual como habitar para mí es mucho más. Es un verbo activo, lleno de contenido, que te permite desarrollar tu personalidad, vivir experiencias increíbles y despertar a una realidad que está tan cerca de ti que, de no ser así, jamás la verías.
Vivir una casa es fundirse con su paisaje. Disfrutar de los rincones que ofrece, aquellos en los que habitualmente nunca te detendrías y descubrir nuevas perspectivas, ver el baile de luces que la evolución del sol crea y cómo las aristas de sombra se desplazan en sentido inverso.
La sangre que fluye por su interior, sus habitantes, los habituales, la familia cercana, los ocasionales, los veraneantes familiares que acuden a disfrutar contigo y los tuyos. Y también los espontáneos y aquellos que están de paso, que recalan apenas unas noches en sus habitaciones, tras el reclamo de algún festival musical de verano y que dotan a la vida hogareña de otros lenguajes, a veces gesticulares cuando no es posible idiomáticos y, las más de las veces enriquecedores.
También conforman esa vida los otros seres vivos, que oxigenan y embellecen su existencia, las flores temporales, a veces efímeras y en otras permanentes, guardadas por dos árboles rotundos, de altura similar a la de la propia casa que permanecen con ella durante años, y envejecen al mismo tiempo.
Vivir una casa es transitar por el caos en ocasiones de personas que se van a la playa, otras que quieren echar la siesta, o jugar, o ver la televisión, o buscan un rincón tranquilo a la sombra para leer. También organizar ese caos en armonía alrededor de una mesa multitudinaria, imaginar los menús cada día, llevar a cabo las labores de avituallamiento y el orden y limpieza. Por supuesto las charlas animadas, alegres, las risas, las críticas e incluso las declaraciones de intenciones. Momentos inolvidables, momentos de verano que solo pueden ser vividos así y que conforman el milagro de la vida de la casa vivida. Unos madrugan, otros camastrean, los jóvenes trasnochan y los maduros de buen ver equilibramos el ir y venir compartiendo momentos con todos ellos.

Me gusta vivir. Me gusta vivir esta casa y me gusta la gente que la vive conmigo. Espero que a ella también le gustemos los que la vivimos.

martes, 16 de agosto de 2016

Busca mi rostro - reseña de lectura

Ignacio del Valle nos lleva con esta novela al interior de las mafias rusas y de las consecuencias del conflicto de los Balcanes que tan mal se cerró (si es que está todavía cerrado). Desde mi punto de vista esta novela pivota sobre un hecho tremendo y es la decisión tomada en una décima de segundo por una fotógrafa. Una decisión que marcará el resto de su vida y que debería hacernos reflexionar a todos, sobre si la necesidad de conocer la barbarie, lo terrible de la guerra, la abominación del poder, debe primar por encima de los más elementales códigos humanos. ¿Conocer y poder ver reflejado en una fotografía lo crudo de la realidad a cualquier precio? Es sin duda un dilema difícil de resolver para algunas personas que podrían en cualquier momento justificar lo injustificable. Erin, la fotógrafa que deja marcada su vida por aquel hecho vital, busca con tesón un rostro, el de un criminal que se daba por muerto, deambulando por párrafos de narrativa con tensión, cotidianidad de sentimientos, amor desgastado y locura criminal. Ignacio nos regala párrafos de poesía narrativa:
“Sí, el lugar donde el lenguaje no puede entrar, donde se forman las máscaras, en el deseo y en la culpa, en los temores, donde se abren los agujeros del yo”
Y combina tamaño dominio del lenguaje para los sentimientos con la prosaica descripción de la brutalidad de una post-guerra en la Europa del siglo XX.

Sin embargo, me parece que tiene un final impostado. Me cuesta creerlo y, aunque lo intento, debo decir que no me parece el final natural que debería tener esta historia, que termina abrupta, inconclusa.

viernes, 12 de agosto de 2016

Noche perpetua

Siempre le fascinó su magia. En ella deambuló con sus oscuras pasiones, irrefrenables delirios de sexualidad compartida, enamoramientos decimales y desenlaces tuiteros. Jamás le temió, consciente de la finitud de su extensión. Pero toda la magia de su complicidad, se ha vuelto inmisericorde. El glaucoma ha vencido, transformándola en una noche perpetua.